El Reencuentro. Relato. Abril Sant

 


      El silencio de aquella casa, guardaba cada día el amor tan hermoso vivido allí. Todo estaba tal y como ella lo recordaba, hasta el pasillo con las paredes pintadas de gotelé que desembocaba en la sala, donde tantas veces había jugado con los cubos llenos de pequeños coches heredados por los que creía sus hermanos. Recorrimos toda la casa; miramos cada habitación haciendo de su pasado el presente.

         Dirigimos la vista hacia la habitación de Mama-mari y tato. Allí estaba sentado viendo el fútbol, con tan solo la luz de la televisión alumbrándole y fumando algún que otro cigarrillo, completamente entusiasmado mientras la  quinta del  buitre de 1985  le daba grandes satisfacciones.  El verle allí disfrutando del partido la hizo suspirar. Deseaba hablar con él, tocarle y  abrazarle pero se quedó allí paralizada por la emoción, sin poder romper el silencio de su propia voz.  Dejamos de mirar aquella habitación y, con sus ojos aguados por las lágrimas contenidas, la cogí de los hombros y guié sus pasos hasta la cocina.

         Aquella cocina donde Mari pasaba horas preparando deliciosas recetas para todos. La vimos allí de pie, vestida con una bata de las que se decía fresquita y un delantal de flores probando el guiso. Sentada sobre la encimera blanca de la cocina, había una niña de cabellos largos y negros que la ayudaba pelando ajos mientras se miraban y sonreían entre ellas.  Rosalía no pudo contenerse y susurró:  <<mamá estoy aquí: mírame, por favor>>, pero fue en vano.

         Fuimos hacia el salón, podíamos escuchar las risas del estreno televisivo de  la actriz cómica Lina Morgan de 1983, que salían de la televisión; veíamos cubos repletos de pequeños coches por el suelo.  

         A su izquierda, la puerta del cuarto de Javier, estaba abierta. Se asomó a la  habitación y allí seguía el espejo tallado con la cara del revolucionario Ché Guevara como cabecero de la cama, donde ella dormía de niña.

         Aquel recorrido la llevó a un pasado que lo hizo presente ante sus ojos, aquella familia, aquel núcleo del que fue arrebatada por celos y envidias de la sin razón de la biología. Ella sentía la ausencia y el vacío, solo deseaba revivir una y otra vez aquel amor guardado entre esas hermosas paredes; quería volver a sentirse como una hija protegida.

         Se sentó en el sofá, esbozo una ligera sonrisa mientras veía por la televisión a Lina torciendo sus piernas graciosamente,  y me dijo: <<Que difícil es hacerlo mal a veces, ¿verdad? >>.

         Al recostarse en aquel sofá, el olor a cuero penetró por su nariz. Estaba haciendo presente cada caricia del pasado sentida allí.  Escuchaba otra vez la voz de Mari susurrándole al oído: <<Duérmete, mi niña. Cálmate;  aquí me tienes>>.  

         El amor le invadió cada célula de su cuerpo. Vi cómo su piel se erizaba.  Una vez más sintió las manos de Mari, que lentas y suaves recorrían su espalda y sus largos cabellos negros. Empezó a relajarse profundamente, abrió sus ojos y la vio junto a ella.

          Mari, con voz suave  y mirando a Rosalía como quien mira a la niña de sus ojos comenzó a hablar a través de mí;

       —Nunca  quise separarme de ti, pero me dolió tanto que te arrancaran de mi lado, que decidí dejar de ver a mi niña de ojos tristes.

         Rosalía se lanzo a sus brazos, la apretó muy fuerte contra ella.  Sentí su deseo de que el tiempo se parara y de disfrutar de aquel instante eternamente.

       —El amor es incomprensión mamá. Es dolor, es el vacío de esta casa sin ti. Mi corazón, mi alma, te reconocieron como mi madre siempre. Ese lugar es tuyo; nadie mas puede estar ahí.

      —La casa se quedó en silencio, me sentía mal, me dolía el pecho cada vez que pensaba en volver a verte para separarme de ti luego.  Intenté llenar el vacío  con mis nietos, con mis hijos,  pero el pecho me ardía cuando cualquier cosa me hacia  recordarte.

       —Me hubiera encantado salir de tu vientre, mamá, pero esa, no pudo ser mi elección.  Todo hubiera sido más fácil si siempre hubiera estado a tu lado.    

      —Mi niña, ya estás hecha toda una mujer, pero debes saber que ella, nunca fue mala, simplemente no quería otra hija más.  Cuando ya eras una personita, y comprobó todo lo que te queríamos en esta casa, se dio cuenta de que te había perdido y solo quería llevarte con ella  para poder ser tu madre.

      —Mamá amo que te negaras a recuperarme tras aquello y que decidieras quedarte en casa en vez de venir a verme. La ausencia de palabras en aquel hospital cuando te llamé y cada sonrisa y cada lagrima que derramé por ti.  Cada  cosa que dejaste de hacer fue el notario de tu maravillosa existencia.

        Suspiró, tomó aire para continuar y, mientras la cogía de las manos mirándola a los ojos, Rosalía dijo:

      —Y, aunque no entienda nada de lo sucedido, solo puedo amarte.  Aunque eso signifique el dolor de quien me parió.  Me encantaría volver a esta casa, volver a sentir el olor a talco de tu vientre para siempre; sentarme sobre la encimera de la cocina para simplemente contemplarte mientras derrochas tu amor entre fogones.

      —Eras tan pequeña mi niña.  No te culpes; no te obligues a querer.  Qué difícil fue hacerlo tan mal.  Solo he venido a decirte que vivas tu vida como quieras, que solo tomes en cuenta lo que sientes y te alejes de lo que te hace mal.  Que eso, tal y como dicen por aquí, hija mía, es el karma que ellas merecen.

         Despertamos del trance cogidas de las manos. La despedida, el escuchar y sentir a la que su corazón eligió como madre, hizo brotar un río incesante de lágrimas que recorrían sus mejillas. Su cara enrojecida por el llanto, revelaba la intensidad con la que estaba limpiando de incertidumbre y pena su alma.  Había conseguido la despedida que buscaba al entrar en mi tienda.

         Tras la charla que mantuvimos después de la sesión me quedó claro que la biología nos da la vida, pero no nos dicta a quién amar, quizás porque la biología no es sinónimo de familia.  Por mas que Rosalía intentó amar a su madre por mas que intentó encajar con ellos, jamás lo consiguió. Los silencios eternos en casa de su familia biológica, los celos y la envidia con la que su madre y su hermana la machacaban, la hizo sentir cada día más excluida de un núcleo al que por más que se empeñara nunca perteneció.

       Cuando vi a Rosalía entrar en mi tienda aquel día y fijarse en la guija llena de polvo medio escondida tras los libros de la estantería, supe que se hallaba buscando una despedida.

  <<El vientre biológico fue solo el transporte que elegí para llegar a este mundo.  El amor es otra cosa.  Necesito hablar con mi Mama-mari >>, dijo Rosalía, mientras yo desplegaba la guija sobre la mesa redonda de madera  y me preparaba para poder acompañarla en aquel viaje, que nos llevaría hasta casa de quien ella sentia como madre.


LA CABAÑA

 Entró sin miedo en el bosque sosteniendo un farolillo que alumbraba el camino, por donde debía dirigir su alma hasta llegar a la cabaña, en la que todos sus miedos desaparecerían junto a la chimenea prendida esta vez con troncos de hermosos colores. Allí se sentiría segura y podría reconocerse a sí misma. 


Tras cruzar el umbral dejando la nieve caer fuera se deshizo de su abrigo y botas. La lumbre que desprendía destellos de diferentes colores iluminaba la cabaña donde ella comenzó a recordar cuando dejó de ser ella. 


Se sentó sobre la alfombra de suave tacto junto al calor del fuego, con una tasa sostenida entre sus manos que desprendía olor a canela y vainilla, y allí lo vio frente a ella. Había venido a visitarla y como cada 7 de diciembre se abrazaron, María comenzó a suspirar y sentir la paz que le era robada el resto del tiempo que no podía estar junto a él.


-Sergio ha conocido a otro chico, ahora parece que es feliz le ha costado más de dos años poder reconstruir su vida aunque aún lleva el anillo que le regalaste- Dijo María mientras acariciaba los cabellos de su hijo en su regazo.


-Lo se y me alegro por él, eso tenía que pasar mama, es normal que cada quien rehaga su vida en el momento perfecto y correcto. Y tú cómo has pasado este año- 


María solo pudo bajar la mirada hacia el fuego y el silencio inundó la sala. 


-Veo que aun no has conseguido desprenderte del negro en tus ropas a pesar de que me lo prometiste en nuestro último encuentro-.


-El luto no es algo externo es un sentimiento que te carcome el alma hasta dejarte seca del todo,  son las lágrimas enmudecidas que dejas de echar porque estas cansada de que te miren con pena y yo ya tengo bastante con la mía.- Sus ojos aguados se resistían a mojar sus mejillas. 


-No se que decirte, todos tenemos una razón para aferrarnos al sufrimiento, dime la tuya.


-La mía es simplemente querer tenerte de nuevo entre mis brazos como cuando eras un niño, protegerte mimarte y acariciarte, desearía volver a regañarte y sin embargo no puedo, al verte tan crecido solo puedo resignarme tras tu pérdida. 


-Mama he estado presente en cada pensamiento en cada lagrima tuya después de marcharme, a cada quien le llega su hora. Y a pesar de saber que mi despedida ha de ser definitiva yo sigo aferrado a un mundo que ya no me pertenece porque soy incapaz de soltar tu mano. 


-Pero eso ha cambiado y sé que eres consciente de ello. 


A la mañana siguiente el sol inundaba toda la casa ,aunque a la nieve de fuera parecía no afectarle,  sobre la alfombra el cuerpo yaciente de María vestida de negro y una carta junto a ella que decía: 


Desde que Marcos era niño veníamos a esta cabaña a pasar las navidades blancas que él tanto esperaba durante todo el año.  Aquí éramos felices jugando con la nieve y construyendo unicornios blancos que nos hacían viajar a lugares remotos donde solo la mente puede llegar. 


Hoy 7 de diciembre decido después de años de luto insuperable, acompañar a mi hijo en su último viaje y desprenderme de este duelo, que me acompaña cada día desde que la muerte me lo arrebató en aquel maldito accidente de tráfico camino a casa. Estar muerta en vida es peor que la muerte y hoy decido vivir la muerte para poder descansar.


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